Entre viñedos, montañas y copas tintas, la provincia se consolida como uno de los destinos preferidos por viajeros nacionales e internacionales.
El sol cae suave sobre los viñedos de Luján de Cuyo y el aire huele a uva recién cosechada. Entre barricas centenarias y catas guiadas por sommeliers apasionados, el enoturismo se consolida como uno de los motores del turismo en Mendoza, atrayendo a miles de visitantes cada año.
En 2024, la provincia recibió más de 1,2 millones de turistas, un 18% más que el año anterior, según datos del Ministerio de Turismo de Mendoza. La mayoría llegó atraída por la combinación perfecta: vino, gastronomía y paisajes que quitan el aliento.
«Es una experiencia sensorial completa», cuenta Laura Méndez, una viajera cordobesa que recorrió la Ruta del Vino junto a su pareja. “Aprendimos sobre cepas, recorrimos bodegas boutique y hasta hicimos nuestro propio blend. Es algo que no se olvida”.
Bodegas tradicionales como Catena Zapata, Norton o Trapiche conviven con emprendimientos más pequeños que apuestan por la innovación y la sostenibilidad. Muchas ofrecen experiencias personalizadas: almuerzos entre parras, clases de cocina regional, paseos en bicicleta o globo aerostático con vistas a la Cordillera.
Además del boom en las visitas, el sector impulsa el empleo local. Más de 10.000 personas trabajan actualmente en actividades relacionadas al turismo enológico.
“Lo que empezó como un nicho hoy es una marca registrada de Mendoza. El turista ya no solo viene a degustar, sino a vivir el vino”, explica Mariana Gómez, guía en una bodega de Maipú.
Mientras el otoño tiñe de ocres y dorados el paisaje mendocino, la temporada sigue su curso con reservas colmadas para los fines de semana largos. Porque, como dicen en estas tierras, el vino nos une… y el turismo también.