Por Gustavo Fares.
Regresé hace poco de Brasil con el corazón hinchado de imágenes, sonidos y aprendizajes: estuve en el 1º Fórum Brasileiro de Turismo Responsável, en Brasilia, del 11 al 14 de septiembre de 2025. Fue una experiencia que puso en primer plano lo que el turismo puede y debe ser: no sólo espectáculo, captación de turistas o cifras, sino responsabilidad social, cuidado ambiental y reconocimiento de comunidades que preservan formas antiguas de vida.
Aterrizando en Brasilia: reflexiones sobre un foro que invita a cambiar
Los dos primeros días en la CNTC estuvieron colmados de conferencias, charlas y mesas de debate que no sólo hablaron —reflexionaron— acerca del turismo sustentable, del turismo responsable. Se premiaron iniciativas que ya tienen pies puestos en la tierra, proyectos que integran comunidad, cultura, conservación. Tuve la sensación de que ese tipo de espacios son esenciales, porque sin ideas claras y sin compromisos verdaderos —institucionales y comunitarios—, cualquier discurso verde se queda en buenas intenciones.
El Ministerio del Turismo brasileño ratificó su apuesta por un turismo ético, que respete los derechos humanos, que promueva inclusión, valore comunidades receptoras. Fue gratificante ver que la inclusión no es sólo palabra: estudiantes, pueblos originarios, comunidad quilombola, periféricas, tuvieron participación real.

Território Kalunga: cuando el turismo deja de ser sólo vista y se vuelve vivencia
El viernes 12 al caer la tarde emprendimos rumbo al Território Kalunga, en Goiás, región de la Chapada dos Veadeiros. Un viaje largo —unas seis horas aproximadamente— que fue despojándonos poco a poco del asfalto y de la prisa citadina, hasta internarnos en paisajes de cerrado, montes, cascadas, ríos limpios.
Al llegar me hospedé en “Cida” y en casa de Dominga, espacios que transmiten esa mezcla de simplicidad, hospitalidad genuina, gente que vive bien con lo que tiene, y que no necesita disfrazarse para mostrarse al mundo.

Las jornadas siguientes cumplieron con creces lo que buscaba: desayunos caseros preparados por las dueñas de casa, sabores auténticos; caminatas por senderos selváticos; y sobre todo, cascadas: Chapada de Santa Bárbara, Candaru, Capivara. En cada salto de agua, en cada pozo de agua cristalina, sentí que la naturaleza se mostraba como quien dice “aquí estoy, intacta, pero también frágil”.
Y lo más impactante: adentrarse en la comunidad quilombola Kalunga, escuchar sus voces, sus historias. No sos turista externo que observa: sos invitado, testigo. Aprendés sobre agricultura de subsistencia, sobre producción de alimentos de forma humilde pero con sentido, sin pesticidas, respetando ritmos naturales.
Datos que dan peso a las experiencias

Algunas cifras y realidades que enriquecen lo vivido:
El territorio Kalunga abarca unas 262.000 hectáreas, repartidas entre los municipios de Cavalcante, Monte Alegre y Teresina de Goiás.
Son alrededor de 39 comunidades quilombolas, con cerca de 4-5 mil habitantes, que guardan tradiciones, costumbres, modos de vida que se remontan al siglo XVIII, cuando descendientes de esclavos huyeron hacia zonas remotas para fundar sus asentamientos.
En reconocimiento al valor de ese territorio, en 2021 la región Kalunga fue oficialmente registrada por el Programa de Medio Ambiente de la ONU como TICCA (Territorios y áreas conservadas por comunidades locales e indígenas), lo que le otorga herramientas para fortalecer autonomía, conservación ambiental, gobernanza local.
En cuanto a derecho sobre la tierra, hay acuerdos recientes que garantizan que tierras como “Fonte das Águas” y parte de “Vista Linda” sean formalmente tituladas para las comunidades Kalunga.

Lo que el turismo responsable nos exige (y lo que inspira)
Volver con estas vivencias me deja convicciones nuevas:
El respeto profundo por la cultura local no es opcional. No se trata de “atraer turistas” sino de co-crear con las comunidades, de permitir que ellos lideren su narrativa, sus modos, sus tiempos.
La conservación como forma de vida, no como mercancía. En Kalunga vi que conservar significa mucho más que preservar “paisajes bonitos”: es cuidar fuentes de agua, proteger flora y fauna, mantener prácticas agrícolas tradicionales, vivir de forma que lo intangible —memoria, identidad— no se pierda.
El turismo como motor de justicia territorial. Porque la titulación de tierras, el reconocimiento internacional, los mapeos comunitarios, son instrumentos que permiten que esas comunidades defiendan lo suyo frente a amenazas externas —invasores, minería ilegal, desmontes, especulación territorial.
La experiencia auténtica importa. Las sensaciones verdaderas, sin filtros sociales, sin grandes infraestructuras necesariamente, resultan más poderosas. La presencia humana, el compartir un almuerzo, la hospitalidad sencilla, el sonido del río, el cantar de la mañana… eso es lo que queda grabado.

Desafíos que no debemos ignorar
No todo es idílico. Vi tensiones reales:
La infraestructura es limitada: acceso difícil, caminos que cansan, servicios simples. Para algunos viajeros puede ser chocante, pero eso mismo es lo que hace especial al lugar.
Presión externa: invasores de tierras, deforestación, minería —amenazas que no solo ponen en riesgo los paisajes, sino la vida misma de la comunidad Kalunga.
La necesidad de que los beneficios del turismo se distribuyan de modo justo, que lleguen a quienes han custodidado ese territorio durante generaciones, no solo via intermediarios.

Mi conclusión: volver a mirar el turismo
Al regresar a Argentina, traigo conmigo una certeza: el turismo tiene una potestad maravillosa para cambiar lo que somos como viajeros y lo que somos como sociedades. Puede (y debe) ser una fuerza de reparación —cultural, social, ambiental— si está en diálogo con quienes viven los territorios.
Kalunga me recordó que hay otras velocidades, otras formas de medir lo que significa progreso. No sólo por lo espectacular de sus cascadas o por su naturaleza exuberante, sino porque lo perfecto no siempre rima con lo lujoso. A veces rima con lo auténtico.
Y creo que iniciativas como el Fórum de Turismo Responsável deben servir de inspiración, no solo de admiración. Deben mover políticas, movilizar comunidades, cambiar agendas de turismo en América Latina para que la responsabilidad deje de estar al margén, y pase a ser principio.