Entre playas bañadas por dos océanos y un verde infinito que parece respirar, Costa Rica se ha consolidado como referente mundial del turismo de bienestar. Detrás de su exuberante paisaje hay algo más profundo: una filosofía de vida que entiende la relación con la naturaleza como un camino hacia la salud y la felicidad.
Mi primer encuentro con este país no fue en la playa, sino en el corazón verde del Pacífico costarricense, donde los microclimas, la bruma y el canto de las aves crean un espectáculo que invita a la introspección. En Monteverde, el bosque nuboso —suspendido entre dos climas y dos océanos— demuestra la fuerza de la biodiversidad. Allí, los visitantes pueden caminar entre copas de árboles, observar especies únicas y sentir la humildad de quien se sabe parte del universo.
Más al norte, en Alajuela, el volcán Arenal domina el paisaje. A su alrededor, ríos termales, selvas tropicales y cataratas hacen de esta región un santuario natural. Navegar por el lago Arenal, practicar kayak o disfrutar de las aguas termales de La Fortuna son experiencias que combinan aventura y conexión con el entorno.
“Nuestro producto estrella es la vida misma”, dice Luis Pérez, guardián del bosque en Treetopia Park, un espacio pionero en turismo ecológico. Allí, el asombro es el punto de partida para reconectar con lo esencial. En Savia, por ejemplo, los visitantes pueden escalar árboles, caminar entre cuerdas flotantes o colgarse como un murciélago, vivencias que transforman la aventura en una oportunidad de conciencia ambiental.
Esta conexión tiene nombre: biofilia, el amor por lo vivo. El concepto, acuñado por Erich Fromm y desarrollado por el biólogo Edward O. Wilson, explica que nuestra mente y cuerpo prosperan en contacto con la naturaleza. Estudios del neurocientífico Marc Berman, de la Universidad de Chicago, confirman que pasar tiempo en entornos naturales reduce el estrés, fortalece el sistema inmune y mejora la concentración.
“La naturaleza no es solo agradable, es terapéutica”, recuerda Luis Pérez, al citar que dos horas semanales en un entorno natural pueden equilibrar la mente y las emociones. Esa idea la comparte Eugenia Lizano, guía certificada de terapia de bosque y fundadora de Psiconatura. A través del Baño de Bosque o Shinrin-Yoku, los visitantes practican atención plena entre senderos tropicales, como los del Jardín Botánico Else Kientzler en Sarchí, cuna de la artesanía costarricense.
Para Lizano, este tipo de experiencias representan “un reinicio para la mente y el cuerpo”, una invitación a frenar la velocidad cotidiana y reconectarse con la naturaleza desde los sentidos.
El espíritu de Pura Vida —más que un lema, una forma de ser— resume esta filosofía. “El bienestar no es una tendencia, sino una forma de vida”, explica Heilyn James, del Instituto Costarricense de Turismo, al recordar que el país protege más del 25% de su territorio y alberga el 6,5% de la biodiversidad mundial. Costa Rica abolió su ejército hace más de 40 años para invertir en educación y medioambiente, convirtiéndose en modelo global de sostenibilidad.
Esa conciencia se refleja en cada rincón. En La Fortuna, Chela, una cocinera apasionada, enseña recetas típicas como el gallo pinto, el ceviche de banano o el pollo achotado, en un entorno selvático donde los sabores locales se mezclan con historias de comunidad y respeto por la tierra.
El país ofrece además experiencias únicas en sus distintas regiones:
En Guanacaste, playas como Nosara y Tamarindo son epicentros del yoga y la meditación; Monteverde invita al mindfulness entre neblinas; la Península de Osa y el Parque Nacional Corcovado son joyas de biodiversidad para quienes buscan inmersión total en la selva; mientras que el Caribe Sur, con Puerto Viejo y Cahuita, fusiona bienestar, cultura afrocaribeña y ritmo tropical.
En Costa Rica, cada paso es una terapia y cada respiro, una lección de vida. No se trata solo de contemplar un paisaje, sino de recordar nuestra pertenencia a lo vivo. Allí, el turismo se convierte en una forma de transformación personal y colectiva, donde la verdadera riqueza no está en los lujos, sino en la capacidad de volver a sentir.


