Cuando los españoles llegaron a Curazao en 1499, la llamaron Tierra de Gigantes al encontrarse con los caquetíos, habitantes de impresionante altura. Seis siglos después, la isla sigue fascinando con su diversidad cultural, rica historia y paisajes únicos que combinan el estilo europeo con la esencia caribeña.
Tras los caquetíos, los colonos españoles y holandeses se sumaron judíos sefardíes, negros traídos por el comercio de esclavos y venezolanos que todavía cruzan diariamente para comerciar. Esta mezcla de culturas dio vida al papiamento, idioma oficial junto con el holandés, inglés y español.
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En 2009, Curazao votó por convertirse en una nación autónoma dentro del Reino de los Países Bajos, manteniendo el pasaporte y recursos europeos. Su capital, Willemstad, es Patrimonio de la Humanidad desde 1997, con su icónica calle Handelskade y el puente Reina Emma que divide la ciudad en Punda y Otrobanda, dos barrios llenos de vida, historia y encanto.
El mercado Marshe Bieu ofrece sabores auténticos como el kabritu stobá (estofado de cabra) y el keshi yená (queso relleno de carne). Mientras tanto, las «chichis», coloridas esculturas creadas por Serena Israel, representan a la hermana mayor en la cultura local y son el souvenir más popular.
Con 35 playas a lo largo de su árida costa oeste, Curazao ofrece paisajes únicos en el Caribe, ideales para explorar en buggy o vehículos 4×4. El Parque Nacional Shete Boka sorprende con siete formaciones rocosas donde las olas del Atlántico rompen con fuerza, creando vistas espectaculares.
Con su clima seco, influencias multiculturales y atracciones como el Blue Curaçao, la isla combina lo mejor de Europa y el Caribe. Curazao es más que playas: es historia, arte, y sabores que prometen una experiencia inolvidable.