Entre selvas espesas, manglares, esteros y playas casi intactas, Costalegre se afirma como uno de los destinos más especiales de México: un lugar donde el turismo no solo contempla el paisaje, sino que convive con él y lo protege. Aquí, el viaje se transforma en un intercambio real con la naturaleza y con las comunidades que le dan vida.
A lo largo de 240 kilómetros de costa, entre Cabo Corrientes y Barra de Navidad, conviven proyectos que abrazan una misma visión: conservar, educar y desarrollar sin romper el equilibrio del entorno. Hoteles, reservas y cooperativas locales trabajan codo a codo para demostrar que el turismo puede regenerar en lugar de desgastar.
En este corredor sobresalen experiencias que marcan el rumbo:
Las Alamandas, en La Huerta, funciona como un refugio ecológico que protege aves, tortugas y los ecosistemas selváticos que lo rodean.
Cuixmala, en Chamela, pionero del ecoturismo de lujo, resguarda una reserva de más de 30 mil acres donde conviven jaguares, cocodrilos de río y cientos de especies.
El Tamarindo, en Tenacatita, combina arquitectura sostenible con programas de restauración de manglares y actividades educativas.
Xinalani Retreat, en Quimixto, accesible solo por mar, propone un enfoque de bienestar que respeta profundamente su entorno.
Las Rosadas, en La Manzanilla, integra a las comunidades a través de proyectos educativos y conservación marina.
En Costalegre, cada actividad invita a reconectar: liberar tortugas, caminar senderos selváticos, disfrutar de la cocina local o sumarse a reforestaciones. Todo forma parte de una filosofía clara: viajar disfrutando, pero también cuidando.
Más que un destino de playa, Costalegre es una forma de entender el turismo con propósito. Un territorio que prueba, día a día, que el verdadero lujo es convivir con la naturaleza sin dañarla y permitir que cada visita aporte a un futuro más equilibrado para todos.


